"INDIAN EXPRESS", Premio Azorin de Novela 2011


Indian Express
Lola y Che se conocen desde hace más de cuarenta años. En su amistad ha habido interminable noches de fiesta en la Barcelona de la gauche divine; las utopías de mayo del 68; el Londres de los hippies y de la psicodelia… pero el tiempo y ciertos asuntos nunca abordados las han separado. 
El destino les brinda, sin embargo, una segunda oportunidad y sus caminos vuelven a cruzarse. Así, deciden cumplir su sueño de juventud: viajar juntas a la India. El viaje las llevará a revivir aquellos días en los que eran Che y Lola, Lola y Che: siempre juntas, siempre inseparables; pero también a enfrentarse por primera vez a un dramático pasado que trataron de enterrar.
Pepa Roma ha escrito una desbordante novela sobre el inmenso poder de sugestión que sigue teniendo la India para los occidentales de hoy. Un canto al poder ilimitado de los sueños y una penetrante mirada sobre el amor y la amistad, con todas sus luces y sombras. 
Lo que se ha dicho de “Indian Express”
Con la India de trasfondo, Roma habla sobre la amistad y sobre la "mitificación" que pesa en ocasiones sobre ella y trata de "indagar" en la necesidad de viajar y en la "insatisfacción con la vida cotidiana" que afecta a muchas personas en la sociedad actual.» . ABC 
 «Un estudio de caracteres femeninos, que tiene dos partes, una primera, que es como un suave vino de pocos grados, que transcurre en el sur; y una segunda, ya en Bombay, donde el ambiente empieza a cargarse de intensidad, dramatismo y emoción.». Fernando Sánchez Dragó, miembro del jurado.  
Fragmentos:
« Y si me he estado preguntando ¿qué fue, qué es la India para mí? La respuesta la tengo ahora aquí: la India es un estado de ánimo. Un estado de ánimo evasivo, que se sustrae y repliega en los parajes más propicios donde esperas encontrarlo, como en ese paseo en bote por el Vembanad o esos campos de té y lotos por los que pasamos. Un estado de ánimo que persigo desde el primer momento en que pongo los pies en la India y que, cuando desisto ya de encontrarlo, aparece por sorpresa en el lugar o momento más inesperado. No tiene un lugar fijo, puede presentarse en un tren cruzando una selva en la noche o al doblar una calle en Bombay. Y lo que ya intuí en Kovalam se confirma ahora. Sé a qué he venido: a por algo que no podría volver a procurarme ninguna otra droga.»
« Antes de que pueda darme cuenta, estoy ya acariciando la caoba como un ciego que tratara de ver el lugar con sus manos, con su piel, y en seguida me encuentro siguiendo cada una de las filigranas de la cama, de la cómoda. Y de la madera, a la piedra de la estatua de Kali que preside la estancia, a las palanganas esmaltadas y descoloridas por el uso, por ese restregar la sangre con cada parto, con cada regla. No me basta con mirarlo, necesito tocarlo, tocarlo y sentir cuanto tiene todo aquello por lo que mis manos pasan de esas estatuas de santos y vírgenes miles de veces besados en sus pies o en su manto. Siento la piedra gastada, la madera acariciada, como si el trabajo de los artesanos hubiera sido completado con el pulido de miles de manos antes que yo, cuyo gesto me encuentro repitiendo sin saber ni por qué, tal vez como si pudiera protegerme de algo malo.»
« Aun habiendo estado muchas veces en la India, todavía me sorprende encontrarme en un sitio así, ante lo que las mujeres que habitaron esas estancias hace siglos querían decirme, estaban diciendo a todas las mujeres que en los últimos siglos habían visitado y seguirían visitando en los venideros el mismo lugar. Las mil formas que tenemos de explorar la feminidad ya estaban aquí, en esta cultura, hace miles de años.»
« Si todavía cabe rescatar algo de esa India que se ofrece más allá de nuestra mesa, ahora es el momento de dejarnos llevar hacia una de esas cumbres de belleza y exhalación. El flautista parece sumido en una especie de peregrinaje, de búsqueda. Aunque se trata de una raga conocida, clásica, con cada nota parece abrir nuevos caminos, caminos cada vez más sutiles, volátiles, adentrándose en el cielo azul marino. Se diría que cierra los ojos para no perder el camino.
Un bol donde quema incienso preside el escenario, acompañando la música como si se tratara de una ofrenda, un rito, un lugar y momento de tránsito al terreno de lo sagrado. Que no otra es la función de la música en esta India donde cada hora del día se presenta con su ofrenda, ofrenda de flores, ofrenda de incienso, ofrenda de salmos, ofrenda de arroz; donde hasta los actos cotidianos más elementales tratan de imitar a los dioses y llevar a los humanos a su terreno.»
“Y de nuevo, la India se impone. Esa India todopoderosa que termina por doblegar la más rebelde de las voluntades, dar la vuelta al rechazo; esa India que había venido buscando y evitando por todos los caminos de Kerala, esa India por la que un día me quedé en la India, esa India a la que vuelvo una y otra vez y a la que más temo; ese lugar de la alegría al que me acerco con cautela, como un gato. La música suena ahora con acordes cálidos y sostenidos de suave hoguera, de zarza ardiente; cítara, tabla y flauta unidas en una combustión única, tan trenzadas como el agua de los tres mares. La quietud en las mesas vecinas revela cuánta simpatía o afinidad animal hay en estos momentos entre los hombres y cuanto les rodea. En tan perfecta consonancia con la brisa cálida y húmeda, el oleaje de fondo, la palpitación del mar, hasta mi vida caótica y descentrada parece cuadrar por una noche con esta tierra que da vueltas y esa luna evasiva.”

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