sábado, 19 de abril de 2014

GABO, QUIEN TUVO RETUVO


Con Gabo en casa de su hermano Jaime en Cartagena de Indias, agosto 2011
Tuve ocasión de conocer a Gabriel García Márquez -Gabo para los que le conocían, Gabito, para la familia- en casa de su hermano Jaime en Cartagena de Indias en enero de 2010. Fue una comida a la que se nos invitó a cuatro amigos de la familia y a la que Gabo llegó   acompañado de su esposa Mercedes Barcha. Entre ellos, una señora mayor que parecía una antigua conocida; sólo verla entrar a Gabo se le iluminó la cara y le dijo “Qué guapa estás”. No sé si la reconocía, pero su empatía parecía muy viva. Era ese tipo de “qué guapa estás” que acostumbramos a dedicar a toda mujer que ha hecho un esfuerzo en arreglarse y presentar la mejor versión de sí misma.

"Qué guapa"

“Qué guapa” era el mismo tipo de saludo con el que me había recibido a mí, a pesar de que era la segunda vez que me daba la mano y la primera que me veía en una reunión privada. “Qué guapa” repitió en cuanto la muchacha que nos servía se acercó y le llenó el plato con arroz de coco y algún que otro manjar de la rica comida cartagenera que se sirve en esa casa. Vi que a Gabo se le iluminaba la cara cada vez que veía a una mujer con algo bonito, aunque sólo fuera un collar de cuentas de colores tagua como el que llevaba yo. Tal vez simplemente se le iluminaba la cara cada vez que alguien se dirigía a él sonriéndole y con algún afecto, algo que suele ser más visible en las mujeres, sobre todo en Cartagena, expresivas donde las haya.

Me encantó descubrir que alguien puede haber perdido buena parte de la memoria de quien ha sido, pero no la sonrisa, el gusto por la belleza, la empatía, el afecto. Así, a través del Nobel que apenas conservaba ya conciencia de su fama y gloria, creo que pude conocer tanto del escritor como lo había hecho a través de sus memorables libros. El núcleo de sí mismo, lo último que se pierde cuando el disco duro de la memoria empieza a rayarse, no es lo que has leído, escrito o recuerdas, sino una zona donde moran los afectos, sentimientos, sensaciones y otras cualidades inefables. Una zona irreductible de la que brota y sobre la que se construye todo lo demás, desde la personalidad a algunos de los mejores libros de la historia.

Mi conversación con Gabo

Como Gabo tenía ya evidentes problemas para seguir una conversación a seis o siete bandas, que era el número de comensales, lo sentaron a mi lado para que conversara con él. Ni que decir tiene cuán honrada me sentí por la distinción y confianza con la que me honraba su hermano Jaime, así como contenta por la oportunidad que se me brindaba de poder hablar con tan admirado escritor.

Hacía unos cinco años que Gabriel García Márquez no había aparecido por Cartagena, donde mantiene una casona, al parecer por problemas de salud, que le habían obligado a vivir entre su casa de México y la de Los Ángeles, ciudad donde recibía tratamiento por el cáncer. Y al verlo tan feliz en casa de su hermano y de su adorada cuñada Margarita, le pregunté:

-¿Estás contento de estar de nuevo en tu país, en la que era tu ciudad, en casa? – le dije mientras el resto de la mesa se había enzarzado en una discusión sobre algún tema político.

-¿En qué casa? – me preguntó con una expresión de desorientación que delataba al hombre traído y llevado ya por su mujer a los sitios sin que él pudiera tener una conciencia clara o recuerdo preciso de ellos.

-Pues en tu casa de Cartagena, aquí donde tienes a tu hermano.

-¡Ah! – emitió una gran sonrisa socarrona -. Como mi mujer tiene tantas casas.

Ahí me di cuenta de que además del gusto por la vida, mantenía intacto el sentido del humor más genuino, que es ese en el que uno es capaz de reírse de sí mismo.

La desmemoria de "Gabito"

El resto de la conversación fue la que se puede sostener con alguien que ha perdido gran parte de la memoria, lo que le obliga a hacer grandes esfuerzos para procesar y situar cada cosa de la que hablas en su sitio. Lo que confirmaba la primera impresión que había tenido de él meses antes en Monterrey, México, con motivo de la entrega de los premios de la Fundación Nuevo Periodismo. El Nobel era el que presidía la mesa y entregaba los premios, lo que hacía con un beso y una gran sonrisa, pero casi sin abrir la boca. Probablemente fue una de sus últimas apariciones en un acto oficial, aunque se siguió mostrando en las fiestas de Cartagena hasta fechas relativamente recientes. Su "desmemoria" era algo de lo que no se hablaba, por lo que las primeras declaraciones de Jaime hablando de los problemas de memoria del escritor causaron gran revuelo en la familia y círculos aledaños a García Márquez. Pero no sólo era un secreto a voces, sino algo con lo que estaban al corriente los cercanos a la familia. Según Jaime García –que así se hace llamar con modestia el hermano que ha mantenido el vínculo más estrecho con el Nobel hasta el final-, la demencia senil es algo que ha estado muy presente en todos los miembros de su familia, pero atribuía la forma en que se había podido manifestar sobre “Gabito” a los efectos de las quimios continuadas.

Fuera o no exacto el diagnóstico de su hermano Jaime, no cabe duda de que la enfermedad disminuyó las facultades de García Márquez en sus últimos años de vida, impidiéndole volver a escribir. Pero hoy sólo puede engrandar a nuestros ojos la inmensa dignidad con la que supo llevarla.

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